Las plantas, al igual que todos los seres vivos, están compuestas por células agrupadas en tejidos. Éstos pueden ser clasificados de muchas formas, pero existen cuatro grupos muy importantes: meristemáticos, fundamentales, protectores y vasculares.
Los tejidos meristemáticos se ubican en los puntos de crecimiento terminales, y son un grupo muy activo de células que se dividen constantemente a gran velocidad y son las responsables del crecimiento de la planta. De ahí su gran importancia.
Los tejidos fundamentales cumplen la función de agruparse y formar la masa más blanda de la planta. Los tejidos protectores, en cambio, son aquellos que se ubican en el exterior de la planta, entregándole firmeza y evitando en gran parte la pérdida de agua.
Los tejidos vasculares, por su parte, son tejidos conductores y se subdividen según su función: se llama xilema al encargado de distribuir el agua a través de la planta, mientras que el tejido encargado de conducir a través de la planta el alimento elaborado luego de la fotosíntesis se llama floema.
Sobre la estructura externa o morfología se puede señalar que la mayoría de las plantas poseen cuatro estructuras básicas; la raíz, el tallo, hojas y flores.
La raíz es la encargada de absorber el agua y los nutrientes en la planta, además de fijarla al suelo. Existen distintos tipos de raíces, pero las más comunes son las fibrosas y las primarias.
El tallo, por su parte, le entrega la estructura a la planta. Desde él salen las hojas de una parte llamada nudo.
Las hojas permiten a las plantas captar la luz solar para realizar el proceso de fotosíntesis, que más adelante veremos. Además, a través de ellas la planta libera agua y también oxígeno a la atmósfera, mediante un proceso llamado evapo-transpiración.
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